martes, 27 de julio de 2010

Piratas

Paradójicamente, la nueva imagen de hotmail me antojó leer mails de hace años. Me sorprendió -en la puntualidad de la fecha- la creatividad con la que enamoraba un febrero del 2003 y la crueldad con que la relación se finaliza en diciembre del mismo año... y así a la fecha de este post. Los correos de los primeros meses de mis relaciones siempre son maravillosos. Los titulo con frases extrañas como “cortar mis dedos y volver de mi mano un fantasma que revuelva tus pensamientos“, “calculadora“, “la brisa que alza mi falda“, “dos ciegas y una moneda“. Uso un tono que se lee gracioso, cada que puedo bromeo y digo palabrotas. Cuento anécdotas de Prometeo, la viuda Ching, Funes el memorioso, reenvío tareas de Shakespeare y otros clásicos, anexo ensayos de escritores americanos, mezclo teoría del arte con caricias y sonrisas, escribo cuentos en los que participamos ambos, pego fotos haciendo bizcos y siempre me despido con amor y con prisa por dormir. A veces, quién sabe cómo hasta soy sexy. No falla tampoco, a todos y a todas apodar con algo más lindo que su nombre...

Lo interesante es que recibí en respuesta promesas de amor eterno, propuestas de matrimonio, viajes, vivir juntos y ser madre de sus hijos o de sus mascotas (según sea el caso o el sexo pues); pero cuando las cosas terminaron, todos me escribieron lo mismo:
Eres una EGOÍSTA.

domingo, 18 de julio de 2010

Francisco, Bruno, la Tetona y yo ó El café de los marginados

Estaba atenta. Porque el tío de la mesa a mi derecha leía con ganas, y no cualquier cosa, leía con ganas a Yourcenar. Aparentaba no dormir muy bien y andar el día en ayunas, un poco desgarbado. Sobre la mesa tenía una cajetilla de camel, café con crema y uno de esos panquecitos de moras que me fascinan. Baste decir que además tomaba notas en un cuaderno empastado. Era sexy.
Cada que cambiaba la página de su edición vintage traducción de Julio Cortázar yo buscaba un cruce de miradas, pero cuando este por fin se dio, su brevedad se vio acortada aún más por la voz inoportuna de la Tetona:

-Francisco qué milagro, cómo has estado. Tienes el cabello más largo, dónde te habías metido.

Él no cayó tan pronto en el diálogo como ella hubiera querido así que lo acometió una vez más.

-Mira, te presento a Bruno, también es escritor.- Y como si ese hecho fuera un reconocimiento universal de género o de raza, que sé yo, ella se dio la media vuelta en dirección al baño dejando a esos dos cara a cara, exhibidos como fenómenos con su sonrisa incómoda en el rostro.
Embobada con la escena me tomaron por sorpresa cuando los dos voltearon a verme pidiendo auxilio. Solo atiné a decir con ironía:

-Yo también soy escritora.

La carcajada fue unísona, no podíamos parar, cuando uno comenzaba a tranquilizarse la risa del otro resoplaba más fuerte y todos volvíamos a reír en coro. Nuestros ojillos llorosos exponían translúcidos la incomprensión, la falsa modestia, el ridículo; las frases acumuladas que tantas veces hemos escuchado y que se resumen en la siguiente: “¿a ti que te gusta leer tanto no conoces a un autor -creo es gringo- que escribió la historia de un adicto a la cocaína y que después se hizo película?“...
Volvió la Tetona y nosotros seguíamos incontrolables, pues sí hay que decirlo, en el reconocimiento de lo que las personas le hacen a “los escritores“.

Nos largamos inmediatamente de ahí, era urgente que Francisco, Bruno, la Tetona y yo brindáramos unos whiskys caminando a media calle bajo la luz pálida del centro de la ciudad.

Mis(s) Respetos

Le eché una mirada que principalmente quería decir “por favor, eres vieja, no des opiniones donde no te las piden, además no tienes ni idea de lo que estoy hablando“, y la muy bruja como si leyera la mente me dijo:

-Seguramente yo he dormido más de lo que tu has vivido.

martes, 13 de julio de 2010

La continuidad del enojo

E. y M. discutieron una tarde de agosto. Es innecesario narrar sus motivos; si hay humanos hay enfados: infidelidad, traición, envidia, engaño, préstamos, trabajo, incomprensión... razones sobran. Por un lado E. se comportó bajo la usanza del orgullo, creyó merecer disculpas por parte de M. así que no le llamó ni intentó ningún tipo de reconciliación. A su vez, M. desvalorizó por completo a E., dio por hecho que si su caracter era tan violento y explosivo poco le valia tener cerca a alguien de su tipo. Tanto E. como M. analizaron la situación en la amargura y optaron por el desprecio, no sé, creo que también les dio un poco de flojera. No es lo mismo pelearse con compañeros de la escuela y a fuerza de verlos diario optar por la amistad, a ser un adulto apático, frustrado por la incongruencia de la vida, cansado y ocupado como para estar consecuentando personas que estorban.
Así las cosas, aunque se querían nunca se volvieron a hablar ni mantuvieron contacto. Como todos hemos hecho alguna vez... con alguien. Pasaron los años y M. enfermó, E. tuvo un hijo, M. se mudó al D.F., E. vivió un tiempo en Barcelona, M. consiguió una beca por tres años a Japón, la hermana de E. se suicidó, M. se doctoró, E. asistió orgullosamente a la graduación de su hijo, M. por fin se casó, E. volvió a México y sufrió una depresión horrible, M. tuvo un accidente automovilístico y perdió a su pareja, E. consiguió un empleo en Canadá, M. aún no se recuperaba de sus tragedias, E. fue feliz mirando la belleza de los atardeceres canadienses, M. publicó un estudio sobre evolución y tecnología, E. envejeció, M. se perdió. E. y M. murieron lejos uno del otro.

La historia de E. y M. en realidad no es trágica (es la historia de cualquiera), o es que solo lo parece en perspectiva, cuando reflexionamos sobre la miseria y la soledad que repunta en la muerte la continuidad del enojo.

¿De verdad nuestras diferencias deben pesar más que los eventos de nuestras vidas? ¿Solo nos olvidamos y ya? Parece que la respuesta es Si.

Pinche todo.