lunes, 22 de abril de 2013

Leer es como traducir

"Traduttore-traditore". Traducir es traicionar, pues se pierden los sonidos secundarios, concomitantes y no expresados de las lenguas. Además, entre elegir ser fieles a la palabra, la forma o el sentido, también hay un desajuste en el texto. En fin, siempre se extravía el estilo del original.

Por ejemplo, en la poesía, siempre hay un término medio entre traducir e imitar.

Así, el verdadero objetivo de la traducción debería ser la superación de la distancia. La distancia temporal que hay entre las lenguas; la del autor con el traductor; la de éstos dos últimos con el lector mismo... ¡para que no todo sea una pérdida! porque el arte puede salvar todas las distancias, aunque lo intraducible esté latente.

Entonces, parece posible ganar algo, ya sea en la interpretación, ya en el hecho de dar a conocer a otros el texto en cuestión. También, cuando lo traducido no se trata de otra cosa más que del conocimiento por sí mismo (como en los textos especializados que deben transmitir información puntual y, que ante todo, requieren de una comprensión correcta). Y, en el caso de las grandes traducciones literarias, hay una posibilidad de que el lector ni siquiera note las diferencias (el concepto de literatura universal es inseparable de las traducciones, de hecho, es simultáneo a la extensión de la novela).

La literatura requiere de la traducción. En niveles diferentes, leer y traducir son una misma operación hermenéutica: la interpretación.

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