Existe un tipo de desorden que dista mucho de asemejarse al
desorden producto de la pereza o la suciedad. Éste se puede encontrar en
la habitación de ciertas jóvenes féminas. Dichas jóvenes féminas despiertan una mañana nublada y cuando miran el
reloj no lo reconocen, les parece un objeto distante al compás de algo
que no tiene ningún sentido. Ese día no hacen la cama. Sumidas en la
monstruosidad de los hechos matutinos, en la bruma que provoca el vapor
del baño; se irán sin recoger el kleenex que lanzaron y no atinó a
entrar en el cesto de la basura -además de una considerable cantidad de ropa sobre el sillón-.
Así por meses.
Sin ser religiosas, las cruces y virgencitas que les regalaron en su
primera comunión estarán desperdigadas por toda la habitación. Los
zapatos, libros, fotos, collares en la alfombra: orden en el desorden. Libros con flores
secas, maquillaje hecho trozos. Vasos de agua vieja.
Son las que, llegada la noche, se ponen un camisón suave que les regale algunas caricias anónimas a sus pequeños senos.
Leen a Leonora Carrington y se rodean de criaturas despiadadas que solo a
ellas sonríen mientras les chorrea sangre de los dientes. Los grillos
vibran furiosamente a su alrededor y eso las inquieta.
Por último, pasado un año, una fina capa de polvo va a convertirse
en su único sentido de la orientación: identificaran fácilmente las
ausencias o movimientos de las cosas porque éstas habrán dejado su
sello, su marca de polvito en la superficie que las sostenía.
¿Conoces a alguien así? Es melancólica pero no la desprecies, que
el resto, las mujeres ordenadas, son eso precisamente: mujeres
ordenadas. Polvo bajo la cama.
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